A la Hora del Desayuno

A la Hora del Desayuno

La mañana fue algo que se inventó un sádico, seguramente insomne. Yo tengo muy poco respeto por esta hora del día en la que hay que tomar decisiones importantes, incluso antes de haber recobrado lo que se conoce como estado de conciencia. 

Antes de que mi boca pueda formar una palabra, mi panza debe recibir al menos dos tazas de buen café.  Fuerte, caliente, temperado con algo de leche caliente y alguna sustancia dulce que acentúe sus otros sabores en mi paladar. Una vez recibida mi dosis de cafeína, puedo proceder a cumplir con los rituales matutinos que me dejarán lista para enfrentar un día de trabajo o de ocio, según corresponda.  

Nunca fui fanática del desayuno.  Cuando estaba en el colegio, prefería dormir cinco o diez minutos más antes que tener que perder el tiempo que implicaba sentarme a desayunar.  Cuando mis hijos estaban en el colegio, fui una madre absolutamente irresponsable no obligándolos a comer algo antes de ir a estudiar.  Ellos también preferían unos minutos de sueño adicionales a la arepa o los huevos comidos a toda velocidad.

Tengo serias objeciones de conciencia frente a los cereales de caja con los que los niños desayunan mañana tras mañana.  Mis objeciones se basan en el poco valor nutritivo de esos objetos multicolores y multiformes, cargados de azúcar y de ingredientes de dudosa y seguramente peligrosa proveniencia. En cambio, soy una admiradora fanática de la avena y considero que si el desayuno debe ser cereal, la avena, preparada en casa, es la única forma que ese desayuno debería adoptar.

 

Hace unos meses descubrí una forma de preparar la avena varias horas antes del desayuno. Esta forma de prepararla, que no requiere cocción, además la hace portátil y absolutamente deliciosa.  

 

Tome un frasco de mermelada o de aceitunas que haya desocupado.  Lávelo bien.  Por dos partes de líquido (diga usted, una taza), agregue una parte de avena en hojuelas.  El líquido puede ser leche vegetal, la que más le guste, o agua.  Puede Añada dos o tres cucharadas de uvas pasas y media cucharadita de miel de agave o miel de panela.  Sazone con una pizca de sal y una pizca de canela en polvo. Si le gustan las semillas de girasol y tiene a la mano, añádale una o dos cucharadas.  Otras adiciones nutritivas son las semillas de chía o de linaza.  Tape el frasco y agite un poco para mezclar todos los ingredientes.  Ponga el frasco en la nevera y déjelo al menos seis horas.  También puede dejarlo hasta dos o tres días en refrigeración.

 

Si usted es de los que puede desayunar tranquilamente en casa mientras lee el periódico en la mesa del comedor, quizás quiera trasladar la avena a un plato hondo.  Pero si, como yo, comer tan temprano le resulta difícil, llévese su avena helada a donde vaya y cómasela cuando tenga ganas de comer.

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